jueves, 22 de mayo de 2014

¿Quién debe gobernar?

Para mi, el hecho de que alguien debe gobernar tanto para reprimir a los malos como para proteger a los buenos, es tan importante como decidir quién debe ser ese alguien que gobierne. Dotar a una persona, grupo de personas o institución de poder siempre conlleva el riesgo de no saber que harán con él o si sabrán utilizarlo para buscar el bien común.
Me inclino a pensar que el problema no es la existencia del Estado en sí, sino de toda las personas egoístas que lo forman. Estamos acostumbrados al liderazgo de una clases opresoras que utilizan el poder que se les concede para sus propios beneficios personales aprovechándose de las clases populares, en vez de buscar el bien colectivo. No quiero decir con esto que la erradicación de los dirigentes políticos y en su defecto del Estado, sea una opción mejor. Porque el anarquismo es la ideología más similar al “estado de naturaleza” que existe en la actualidad y si uno no funcionaría para mí el otro tampoco lo haría.
La mejor opción es la elección de un gobierno legítimo es decir, un Estado que no necesite la utilización de la violencia para ser respetado. Pero si incluso,  los ciudadanos se corrompen cuando obtienen poder ¿A quién se le puede entregar? En mi opinión, una persona proveniente de las clases obreras es la mejor opción para defender los intereses de todas las clases pero no solamente su procedencia importa, el esfuerzo, inteligencia, carisma y seguridad e ideas claras crearían al líder perfecto y si existiera esa persona tendría que ser escogida por todos los ciudadanos de forma libre y sin partidos como intermediarios. Estos solo sirven para enfrentar a las personalidades y perder tiempo en las reuniones públicas criticando a las siglas enemigas. No se necesita parafernalia económica ni ninguna campaña política si después todo es mentira.

Si en nuestros Estados los valores básicos de una democracia fueran respetados la pregunta -¿Quién debe gobernar?- se respondería sola. Por ello, termino resumiendo que la culpa del mal funcinamiento del Estado reside en la falta de honestidad de sus miembros y no en su existencia en sí. La respuesta a la pregunta se encuentra en aquellas personas capaces de luchar por la justicia y la “voluntad general”, sin dejarse influenciar por el poder o el dinero y en vez de encontrarse en mitines políticos o actos benéficos perdiendo el tiempo, están en la calle revindicando sus derechos.

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